Septiembre y enero son quizás los meses en los que más
personas deciden empezar a hacer ejercicio. Y no sólo me refiero a los que
nunca han hecho ejercicio, sino también a los habituales que suelen tomarse
descansos estivales o navideños.
Ha pasado el verano y todos hemos ganado más o menos peso, y
pocos han mantenido la rutina de ejercicio del invierno. Después de unos meses
o incluso pocas semanas sin hacer ejercicio, empezar otra vez es muy difícil. La
forma física se pierde con una rapidez asombrosa, y la pereza gana posiciones
en la guerra continua entre la disciplina y la comodidad.
Los iniciados no tienen la disyuntiva sobre del tipo de
ejercicio a practicar, pero para los que nunca se han ejercitado más allá de empujar
el carro de la compra, la variedad es tan abrumadora que la decisión es
complicada. Running, spinning, cross fit, power pump, … no sólo hay que tener
fuerza de voluntad, ahora hay que saber idiomas para llevar una vida saludable.
Siempre está la alternativa de la bicicleta estática o de la cinta rodante en
el gimnasio, ejercicios sencillos y muy efectivos si se hace bien.
El problema es que pocos saben que hacer ejercicio de forma
efectiva no consiste en ponerse una zapatillas y salir de casa a sudar. Y menos
aún se paran a pensar en los riesgos que conlleva hacer ejercicio. A partir de
cierta edad, muy difícil de definir por cierto, los factores de riesgo
cardiovasculares se acumulan hasta el punto de poner al individuo en riesgo si
eleva la demanda al corazón. El ejercicio no deja de ser una forma de estrés
para el corazón, aunque bien hecho es una demanda beneficiosa. ¿Quién no tiene
algún factor de riesgo? Hipertensión, fumar, colesterol, antecedentes
familiares, sobrepeso, … y la lista no acaba aquí.
A priori, y sin hacer pruebas médicas, es imposible saber
quién está en riesgo de padecer una enfermedad cardiaca aguda como consecuencia
de estos factores. Las arterias coronarias se van obstruyendo poco a poco sin
dar aviso alguno. Sólo cuando llegan a tener una obstrucción crítica pueden
avisar con dolor (angina), o con un infarto directamente.
Sólo por esta razón cualquier persona que va a hacer
ejercicio debería hacerse una revisión médica antes de empezar. Los que ya lo
hacen de forma habitual, pero que tienen cierta edad, por ejemplo más de 40
años (número arbitrario ya que no hay criterios claros), o algún otro factor de
riesgo, también deberían someterse a una revisión médica. Hacer ejercicio
habitual disminuye el riesgo cardiovascular, pero el que ya tiene una
obstrucción de las coronarias está jugando con fuego.
Chema Martínez, campeón de Europa de 10.000 mts. en 2002, y
ganador de la maratón de Madrid en 2008, anima a empezar a correr en su libro “No pienses, corre”, pero recomienda a todos una valoración médica previa. Y
ésta debe incluir, como mínimo, unos análisis de sangre básicos, un
electrocardiograma, un ecocardiograma y una prueba de esfuerzo. Los análisis
nos dan una idea del estado general de salud. El electro y el ecocardiograma nos
permiten conocer el estado del corazón, más o menos nos dan una idea de su
presente y pasado. La prueba de esfuerzo nos permite calibrar el riesgo inmediato.
Pero además, nos permite conocer el estado de forma de un individuo y proporciona
información muy útil para diseñar el programa de ejercicio ideal para cada uno.
No quiero ser catastrofista, pero hay que ser cautos. El
ejercicio es sano y, como escribí hace poco, debería ser obligatorio para la mayoría.
Pero hagámoslo con cabeza y con seguridad. Los médicos aquí somos útiles en la
salud.
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